De
manera regular, algunx estudiante estalla con preguntas a las cuales
me encantaría dedicarles buena parte del día, sentadxs bajo tantos
árboles a quien nadie hace caso –tal vez recolectar unas moras que
pasan desapercibidas aplastadas por nuestros pies que siempre van a
prisa–. Y de la nada, mientras estábamos en un discurso sobre el
choro y la contradicción del desarrollo
sustentable,
su pregunta se hizo presente: Oye
Xóchitl, si no dieras clases, ¿a qué otra cosa te hubiera gustado
dedicarte?1
Justo hoy, la pregunta se hizo presente por segunda ocasión
–evidenciando que estoy en blanco para responderle–. Entonces,
heme aquí dándole vueltas a la profundidad del cuestionamiento en
mi existencia.
¿A
qué me dedicaría en otros mundos posibles? Ni idea. Lo sigo
pensando. Había probado la onda de las clases de manera emergente,
amateur y como un modo de compartir el tiempo y discusiones con las
personas. Gradualmente noté que todo fluía y terminé por toparme
con esas cosas a las que llaman “vocación”. Todo entró en pausa
por dedicación a otras cuestiones academicoidas, algunas abstractas
e inentendibles, otras pequeñas pero muy valiosas (las cuales guardo
en mi corazón con mucha alegría) y la mayor parte, como casi todo
lo aprendido por mí, en la amnesia rotunda.
En
fin, aceptando con gusto que a diario me hago más facha, amante del
de-constructivismo, la deseducación, la improvisación, la
autocomplacencia, entusiasta de la danza y la cocina... Pero
metiéndole jugo y desvelos a hilvanar buenos ratos con lxs
estudiantes, a quienes agradezco cada momento práctico que manda
demonio el enajenamiento en el limitante, opresor y sobre todo,
adoctrinante mundo de las ideas.2
Pese
a la tristeza de nuestro sistema educativo, la chafez y popularidad
de las peroratas cada día más obligatorias sobre desarrollo,
progreso, líderes, emprendedorxs, éxito… a las categorías que
refuerzan ver y explotar al mundo en la analepsis del consumo
devastador y la falsa felicidad acumulativa. A la mutilación del
estudiantado en fragmentos y competencias, donde deshumanizar es la
regla, el fin justifica los medios. No importa cómo sean conducidxs
a los lugares comunes del triunfo, las cifras sólo quieren nutrirse
y mostrar estadísticas productivas, acreditación de exámenes,
pagos por eventos, es decir, grados y papeles que sustentan nuestra
supuesta eficiencia.
Aunque
las condiciones capitalistas tecnócratas de mierda hagan de la
docencia una instanciación neo-esclavista de entre (muchísimas)
cuestiones laborales, en las cuales somos desechables, firmando
seudo-contratos bajo convenios humillantes, que en cada paso y
negación de derechos laborales te recuerdan cómo no importamos de
las formas más diversas y cínicas; todo y más sumado a la
necesidad melancólica y contradictoria que se mezcla en las fechas
de pago. Lxs monstruxs nos escupen en la cara, se mantienen y
regodean en el exceso, pisoteando nuestra dignidad, exigiendo
vertical y unilateralmente, declarando su posición de autoridad bajo
los absurdos más increíbles. ¿Por qué la ilusión me ayuda a
resistir en estos campos donde la educación es uno entre tantos
grandes negocios?
Porque entre todo el
panorama de saudades y desolación, retomo la esperanza para
rememorar que por las fechas imprecisas de noviembre del 2013, en las
tierras defeñas tuvimos a un par de inspiraciones, que de pensarlas,
resguardan una parte de la resistencia en mi sentir. Las charlas de
personas que dan esperanza en la esfera academicoida, en particular,
la frase del rifado Richard Levins hay
que aprender a naufragar en los mares de la contradicción,
así como las pláticas y datos refrescantes de Antonio Lafuente en
su curso “La ciencia por amor”, donde se dio espacio y voz a
formas de generar e influenciar al conocimiento que suelen
conflictuar a La Ciencia, dos espacios concretos de inspiración
luminosa (a modo de promesa, hilvanaré palabras de mayor profundidad
sobre ambos para este espacio).
Transmitiendo
sentimientos desde el bando académico, unos días más escéptica
que otros, pero siempre con el ritmo y la tejedera de redes que me
sacan sonrisas distintas, sobre todo cuando las preguntas de lxs
estudiantes cimbran mi teoría y me hacen llegar con ganas a
aventarles algún choro, so pretexto de que los planes de estudio nos
permiten estar juntxs y compartiendo. ¿Qué otra cosa haría sino
diera clases? Espero conservar la capacidad de improvisación y
resistencia, el privilegio de la elección y sobre todo la guía
espiritual del sentido común… No sé qué otra cosa sería en este
momento, pero como hasta estos instantes, deseo ser y estar en
cualquier cosa que me guste.
1
C, estudiante de primero de secundaria quien hace grandes preguntas,
historietas, aviones de papel, musicales y de vez en cuando nos
recita poesías (algunas de su autoría). También es muy docto en
las matemáticas.
2
Tampoco romantizo-idealizo que no hay problemas sobre la práctica
cotidiana, pero quiero dedicarle la sección a la manera en que la
pregunta en cuestión ha trastocado mi sentir.