Breve
comentario sobre la historia de la ciencia
La historia, madre
de la verdad; la idea es asombrosa […] no define la historia como
una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad
histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que
sucedió.
Jorge Luis Borges
Conocí
a la historia de la ciencia en un texto que creo hasta la fecha no
termino de entender muy bien, “El objeto de la historia de las
ciencias” del francés George Canguilhem, por ahí del 2007. No
tuve mucha idea de qué implicaban los estudios de esta disciplina,
es más, no sabía siquiera que existía una disciplina así
nombrada, sólo supe que comenzaba a gustarme. En fin, el camino de
este no saber me llevó a la intriga, la intriga a la confusión y la
confusión al encanto. Bueno, no hablaré de la confusión-conmoción
que las lecturas de ese artículo me hicieron pasar, sino más bien,
trataré de hacer una resumida justicia para presentarles un par de
ideas sobre el quehacer de la historia de la ciencia.
Busco
en estas breves líneas dar a conocer una idea bastante general de
qué es la historia de la ciencia, para después ampliar la
percepción de la clásica imagen científica al entrelazarla con su
dependencia de los contextos político, económico y social, espacios
de los cuales se había creído aislada o básicamente no
influenciada.
Entre
otras cosas y como un asunto desmitificador, la historia de la
ciencia ha logrado hacer evidente que aquellxs que se dedican a la
ciencia, no permanecen en ningún caso aislados en sus laboratorios,
no se encuentran en el camino hacia el progreso y que la generación
de conocimiento es una práctica dependiente de contexto, es decir,
las ideas no son ocurrencias que surgen espontáneamente de las
cabezas de individuos particulares.
El
conocimiento, manifestado en ideas, inventos, teorías, etc., nace
en un tiempo y espacio específicos, los cuales a su vez cuentan con
características particulares – el siglo XVIII, el romanticismo
alemán, el porfiriato, por mencionar algunos – y refleja de qué
manera es influenciado por el género de quien escribe, su condición
económica, su pertenencia a cierta institución, las personas con
las que se comunica, las obras literarias pasadas y del momento, si
se escribe en momentos de opresión o guerra. Por otro lado, el
conocimiento puede manejarse como un artilugio destinado a mejorar la
imagen de un grupo profesional o inclusive de una nación entera.
Aquí, el conocimiento de la historia nos legitima como ciudadanos
para pedir que los practicantes de ciencia acepten las consecuencias
de sus investigaciones o que intenten guiar sus trabajos de manera
que beneficien el entorno en el que los desarrollan.
Así,
las personas que no se ha encontrado antes con la historia de la
ciencia – yo llevo tan sólo un par de años de conocerla y me hice
preguntas semejantes –, con frecuencia expresan sorpresa sobre la
existencia un tema llamado “historia de la ciencia”. Como ejemplo
se plantean las cuestiones siguientes: “¿Es un tipo de historia o
un tipo de ciencia?”; “¿Los historiadores de la ciencia trabajan
en una biblioteca o en un laboratorio”?; “¿Por qué a alguien le
gustaría estudiar ciencia pasada de moda?”i
El hecho de que ambos
temas se encuentren –o regularmente se piensen– separados en las
instituciones parece en principio colocarlos como antagónicos. Sin
embargo, la cuestión de preguntarse e investigar sobre el pasado no
únicamente es terreno del estudio histórico, sino que también
comprenden con la práctica de la ciencia misma. Aunque la
perspectiva respecto a que la ciencia apuntala hacia el futuro es
fuerte, los científicos se tienen que comprometer durante sus
prácticas en la interpretación de su pasado, aunque no de la misma
manera como lo hacen los historiadores. Los científicos apropian
constantemente de los trabajos de sus predecesores, dirigiendo sus
proyectos en relación a ellos; celebran periódicamente el trabajo
de los que ellos consolidan o consideran como los héroes y/o
fundadores de distintas disciplinas científicas.ii
Con
lo anterior, la historia de la ciencia ha tenido que luchar para
liberarse de ser interpretada por una visión científica de su
pasado, sobre todo por sus raíces, las cuales se dirigen a la
Ilustración europea en el siglo XVIII, cuando la tarea de narrar las
historias se llevaba a
cabo por los filósofos naturales –los científicos antiguos–,
donde escribían y mostraban historias en las cuales los
descubrimientos de su época fueron presentados como la culminación
de un proceso largo de avance en el conocimiento de la civilización.
El
ejemplo de la práctica anterior encadena a la práctica científica
con una manera particular de historia: una que se dirige
constantemente hacia el progreso, mostrando a la ciencia del XVIII
como el resultado innegable de la acumulación de conocimiento
humano, parte integral también del desarrollo moral y cultural, es
así que se inicia la demanda por un tipo particular de narrativa
histórica que rinda cuentas sobre estos sucesos.
Entonces,
¿qué se exige a quienes hacemos (o estamos en el camino para hacer)
historia? El papel de la historia en el mundo contemporáneo – pese
al gran desprestigio de las humanidades por su falsa pugna frente a
las ciencias duras –
ha guiado en los últimos años diversas discusiones. Ya que se asume
que la comprensión del pasado tiene un valor intrínseco, y que hay
otras formas de interpretarlo diferentes a la mirada científica, el
siguiente paso está en preguntarnos cómo podrían contribuir las
historias a comprender mejor el presente.
Mantener
la vieja idea sobre el aislamiento de la ciencia con respecto a su
entorno resulta cada vez más inútil, de una manera trivial y
básica, los científicos son personas que reciben un salario. Este
tipo de aproximaciones históricas y sociológicas a la ciencia no
buscan negar su utilidad, sino resignificarla a raíz de su
importancia y papel en la sociedad, darle un el lugar que se merece
más allá de la visión tradicional que se tiene sobre ella. El
conocimiento se ha creado, intercambiado y circulado en los
escenarios y espacios más variados y la ciencia ha mantenido en
muchas ocasiones una relación muy imbricada con el poder. La
ciencia de la mano con el poder y la política son un tema de estudio
a veces controversial, que denota las
desigualdades en la
distribución de la riqueza
y las relaciones del conocimiento con la verdad
y con los intereses.
Actualmente
casi cualquier cosa se dice
en nombre de la ciencia y nos movemos entre el escepticismo de
algunos envueltos en la historia; pese a que la elaboración de
historias en el presente se ve dificultada por nuestra cercanía
emocional con lo analizado, en este involucramiento debemos tratar de
reconocer patrones, buscar continuidades, no soslayar el contexto,
enfatizar la complejidad del desarrollo científico y distinguir qué
fenómenos responden a motivos políticos y cuáles son resultado de
fuerzas sociales y culturales. La historia nos permite, o por lo
menos intenta, advertir de que nada es casual, aunque sí
contingente, lo que a su vez nos abre la posibilidad de actuar
conscientemente sobre nuestro presente.iii
La
ciencia se relaciona de manera compleja con la política y la
economía, dejando de lado la visión idílica según la cual la
ciencia sólo se ha visto corrompida
por la política y por el dinero desde sus inicios ilustrados. No
todo el conocimiento es válido de igual forma y los procesos de
generación de este siempre se relacionan y tienen consecuencias para
la sociedad; esto deja la responsabilidad y la conciencia académica
en la construcción de un espacio entre saber y compromiso, de tratar
de crear un puente de comunicación retroalimentativo entre la
historia de la ciencia y su objeto de estudio, las prácticas
científicas.
i
Golinski,
Jan. “Producción de Conocimiento Natural” (2003).
ii
Abir-Am,
Pnina G. “The Politics of Macromolecules: Molecular Biologists,
Biochemists, and Rhetoric.” Osiris 7 (1992): 164–191.
iii
Pestre, Dominique. “Thirty Years of Science Studies: Knowledge,
Society and the Political.” History and Technology 20, no. 4
(2004): 351–369.